Natalia (II): Natalia en la distancia…

Carlos V.

Un día del mes de Mayo de hace  cinco años, cuando compraba un cuadro, conocí a Natalia. ¿Os acordáis?. Era una gran tienda  de arte. Estaba llena de marcos, cuadros y grandes objetos de decoración.  Al frente del negocio estaba Natalia, que me atendió con la amabilidad que procede en estos casos. Yo quedé muy contento con el cuadro que me llevé a casa, pero, sobre todo, por la atracción que sentí por una mujer encantadora. En ningún momento oculté lo feliz que me hacía su compañía. Me despedí con la intención de volver a charlar con ella en menos de una semana. Pasaron tres meses y todavía me estoy preguntando por qué.

Cuando volví al lugar de nuestro encuentro, sólo estaba una persona que sabía algo de ella.

Era una encargada de limpieza con la que Natalia había compartido muchas confidencias y por eso sabía de mi existencia y del deseo ardiente de acercarme a ella que demostré y que ella también me notó. Sin embargo, reconoció que las dos se equivocaron cuando apostaron que, antes de dos semanas, volvería a verla.

Es cierto que tardé tres meses en volver, pero también es cierto que, todos los días y sobre todo, las noches, siempre me acordaba de ella. También tengo que confesar  que, cuando ví que la tienda había desaparecido, me asusté mucho y casi abandoné cualquier esperanza.

Kim Novak

Pero las últimas palabras de la señora encargada de la limpieza… Sí, cuando me dice que la busque y que la dé un beso de amor…, me seguían sonando muy cerca, como una caricia que me daba esperanza .  ¡Cómo se lo agradezco!

Me dio la dirección y me dio esperanzas. Tenía que encontrarla. Valía la pena, ya lo creo.

Un día me levanté con el propósito y el convencimiento de que algo hermoso podía ocurrir, tenía que ocurrir. Sólo tenía una dirección y un teléfono. Poca cosa, pero la carga de  ilusión era suficiente. Había que echarle imaginación.

Estaba más nervioso que nunca, pero con unas ganas enormes de que pasaran los minutos.

A media mañana entro en el coche y pongo la radio. Me dirijo a un pueblo cerca de Madrid.

Tardo muy poco en llegar. Como había imaginado, no sé por qué, era una urbanización de chalecitos adosados. Pero, ahora que lo pienso, traigo muy poca información. Su amiga me ha dicho que la encontraré en su casa o en la moderna cafetería que está al lado. Hace unos días me pareció una información suficiente, pero  ahora, no. Llamar a su casa directamente no me parecía prudente y…no sé, no sé. Bueno, voy a entrar en la cafetería y lo pienso mientras tomo el tercer café. Sí, es la cafetería que me había indicado su amiga. Es muy nueva, muy moderna  me viene bien para poner en orden mis ideas y meditar mi estrategia.

Después de observar a los clientes, al servicio y la decoración del local, pensé que lo mejor sería una llamada por el móvil, comunicarle mi situación y vernos allí mismo. En teoría, era lo más lógico. Esto es lo que pensé, pero se me olvidaba decir que los nervios al “llamar para quedar”, me recordaron los años de juventud. Tomo el móvil y pienso en la oportunidad, o no, de la llamada. Por fin hago la llamada y espero la contestación. ¡Qué nervios! Y,  ¿qué digo?…

Colgué la llamada al segundo tono. Me dije a mí mismo que ¿por qué tanta prisa? Y ¿por qué los nervios?. Mejor lo ensayo mentalmente y nada más.

Vuelvo a hacer la llamada y oigo un Siii, misterioso. Yo lo tengo claro, no tengo más que pronunciar su nombre y…a ver qué pasa. Creo que me salió una voz normal, pero no estoy muy convencido. Ella volvió a  obsequiarme con otro Sííí…, que podía tener muchas lecturas

Entonces yo inicié lentamente la frase que tenía ensayada…,Soy  Carlos, aquél que….

– Ya, ya, no sigas, ya sé quién eres. Digamos…, el del cuadro de los años cincuenta y música de Elvis Presley, ¿no?

– Oye, no está mal la referencia. Pues sí, soy ese. Y te llamo porque estoy perdido y me he refugiado en una cafetería que se llama…un momento, se llama “Titanic”…y…

– ¡Ah, sí! Ya. Y te has encontrado mi número de teléfono en una papelera, ¡a que sí?

Era fácil apreciar el sentido del humor de los protagonistas.

– Pues…no, ha sido en el bordillo de la acera. Y la nota decía que te llamara para verte.

– Y tú, como eres tan obediente, estás cumpliendo órdenes. ¡faltaría más!

– Lo que sí es verdad es que cumplo órdenes. Me lo manda el corazón, fíjate.

– Pues espérame en la cafetería. Estaré en cinco minutos. Chao, Carlos.

¡Mamma mía! ¡Qué sensación de felicidad! Sólo por una posibilidad de encuentro, yo estaba tocando los cielos. Claro que, aunque mi nombre siempre ha sido Carlos, yo nunca me habría imaginado un nombre tan bonito, tan sonoro. O tan bien pronunciado, no sé, pero me sonó a música celestial.

Aproveché los minutos que tardaría en llegar, igual que los jovencitos, mirándome los zapatos, buscando un espejo para mirarme o corregirme algo. Cada vez que se abría la puerta de la cafetería, me parecía que podía ser ella. No sabía si salir y esperarla fuera. Me pareció mejor estar fuera, más que nada para entrar juntos y que nuestro encuentro no fuera examinado por los demás. Y así, le daba a ella la oportunidad de elegir si entrar o no.

En este momento veo que sale de su casa. Yo emprendo el camino hacia ella con unos nervios que podían hacerme tropezar. Por un lado quería correr y por otro, quería demostrar seguridad, empaque, aplomo y no sé qué más, pero me frenaba. Al llegar a ella, me ofreció su mejilla, nos dimos un beso en cada una y al final, con lentitud, mirándonos a los ojos, unimos nuestros labios en un flash. Fue visto y no visto pero fue lo justo para que los dos supiéramos de nuestra evidente atracción.

Tomando sus manos y frente a frente no tuve más remedio que decirle lo guapa que estaba y lo feliz que me hacía teniéndola a mi lado.

– Muchas gracias, Carlos. Me encanta que seas tan atento. Si te parece, entramos en la cafetería. Tengo muchas cosas que contarte. Nos sentamos y charlamos, ¿quieres?

– Como quieras. Pero, como estamos en tu territorio, ¿Cómo quieres que entremos, cogidos de la mano o como dos espías?

– Bah, me da igual. Lo que tú quieras me parecerá bien.

– Bien, pues entonces entramos separados y tú me sigues, ¿vale?

Entramos como dos buenos amigos y me dirijo con el gesto al camarero para indicarle que queremos sentarnos. Nos saluda y con un gesto preferente para Natalia, que elle agradece. Ayudo a sentarse a Natalia mientras susurro a su oído lo guapa que está.

– Gracias, Carlos. Hace tiempo que quiero hacerte una pregunta. Cuéntame, ¿cómo tardaste tanto en volver?. Sabías donde estaba yo, ¿no?

– Buena pregunta. Pero, de verdad, no tengo una explicación convincente. Pero, haciendo un gran esfuerzo por explicártelo, te diría que las dudas que me torturaban  Sí, las dudas, pensar que podía resultar pesado. Que aquello que yo imaginaba era sólo un sueño, que estaba perdiendo el tiempo. Ya ves, la falta de seguridad. Y tú?. Dime ¿por qué desapareció la tienda de cuadros?

– Es lo primero que quería explicarte. Uno de los buenos amigos de mi marido me propuso aceptar un trabajo en unos grandes almacenes: responsable de decoración de interiores. No lo pensé mucho. ¿te acuerdas que ya te hablé de la difícil marcha de la tienda?. Por eso no podía rechazar esa oportunidad. Ya te contaré más despacio.

– No, no. Cuéntame ahora. Me interesa mucho todo. Y que me hables de tu hija, y que…

– Para, para. Bueno, en primer lugar tengo que decirte que, dentro de una hora he quedado con dos matrimonios, amigos de siempre, para comer y pasar la tarde. Precisamente, uno de ellos, Enrique, es el que se ocupó de todo lo referente al traspaso de la tienda y mi nuevo trabajo. Hasta que ni marido desapareció, los seis éramos inseparables desde el colegio de primaria. Los domingos que no está mi hija, me invitan a comer y pasar la tarde en su jardín. Somos  compadres y comadres, ¿sabes?

Seguimos charlando durante una hora y nos contamos lo más reseñable de nuestras vidas. Hablamos de nuestros hijos, de sus estudios, de sus novias, de los problemas laborales…, de todo. Hasta de política.

Coincidíamos en la tristeza de la soledad en algunos momentos. Prometimos llamarnos cuando nos sintiéramos solos. A la hora que fuera. Y desde luego, quedábamos para cenar el sábado.

La acompañé a su casa y antes de que se metiera en el coche, nos pusimos de frente, nos miramos a los ojos y nos dimos un beso de amor, lo suficientemente casto para no molestar y lo suficientemente apasionado para presagiar locuras.

Cuando comenzó a alejarse, nos lanzamos un beso. Yo me fui a mi coche y puse la radio.

Sonaba la canción….”abrázame….y no me digas nada…solo abrázame….

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