NATALIA (V): Me olvidé de vivir

Carlos V.

Los tres consideramos un acierto celebrar nuestro encuentro cenando en un restaurante guay.

Subimos  los tres en mi coche y nos dirigimos al restaurante. Las reflexiones en voz alta que hizo Mónica en la cafetería nos aclararon  muchas dudas y propiciaban un clima de entendimiento y complicidad necesarios para una cena inolvidable. Por eso se nos notaba alegres y seguros de estar compartiendo un poco de felicidad que hacía tiempo deseábamos los tres.

Entramos en el restaurante con el ánimo dispuesto para ser felices y hacer felices a los demás.

Nos acomodamos en una mesa de la terraza al aire libre junto a la balaustrada, a dos metros sobre el nivel del suelo. La noche nos estaba regalando un ambiente “de película”. A cien metros se veía la carretera de Madrid a Barcelona y bastantes coches que parecían tener prisa, pero no llegaba ningún ruido hasta nosotros. El cielo estaba plagado de estrellas allá arriba y aquí abajo, a nuestro alrededor, en la terraza del restaurante, se iban ocupando poco a poco las mesas, convenientemente decoradas.

Una vez sentados a la mesa, nos miramos con unos ojos que respiraban… satisfacción por estar allí juntos y muy ilusionados por los momentos que íbamos a compartir.

Por supuesto, Mónica fue la primera en abrir fuego. Lo hizo primero con una reflexión y después con una pregunta…

– Oye, está muy bien este restaurante. A mí me gusta mucho. Carlos, tú ¿de qué lo conocías?

– Vine a cenar una noche y…me fue bien.

– Pero ¿quieres decir que cenaste bien o que…te fue bien la noche? Ya me entiendes, ¿no?

– Por favor, Mónica, ¿vas a someter a Carlos a un interrogatorio?

– ¡Jo, mamá! Si lo que quiero es…conocer más a Carlos  y…

– Perdón. Natalia. Es lógico que Mónica haga preguntas. Es muy joven y la curiosidad va ligada a la juventud. Cuando se pierde la curiosidad, se van perdiendo las ganas de vivir.

En ese momento, Mónica se incorpora, levanta los brazos y me provoca para chocar las manos.

Después hace lo mismo con su madre. Yo creo que fue un aviso para que pensáramos que ella es muy joven y ese espíritu debía  presidir la cena. Por lo menos debíamos tenerlo en cuenta.

– ¡Toma! Muy bien, Carlos. ¿Ves, mamá? Es lógico que quiera saber de él.

– Bueno pues…una cosa. Propongo que cada uno hable de sí mismo, por lo menos cinco minutos.

– Eso, eso. Uno después del primer plato, otro después del segundo y otro después del postre.

– Vale. El orden de intervención se sortea, ¿te parece, hija?

– Pues yo prefiero que empiece el de más edad. Bueno, no. A sorteo, vale, ¿de acuerdo?

Carlos, sumisamente, tomó tres palillos y los fue cortando y los presentó para que escogieran.

En ese momento apareció el jefe de sala para atendernos y tomar nota. Natalia y yo pedimos unos entrantes de ibéricos y besugo a la espalda. Mónica quiso distinguirse con un gazpacho y una merluza en salsa con almejas. En cuanto se retiró el maitre, saqué los palillos. Madre e hija cogieron sus palillos y todos quedamos expectantes. Me Sigue leyendo