Carlos.
Fue una noche para enmarcar. Yo me sentía lleno de amor, de paz interior, de alegría y ganas de agradar. Conversamos muy despacio, muy suave, muy al fondo del alma, es la verdad. Pero también era verdad la atracción física, el deseo de acercarnos y besarnos…
También éramos conscientes del lugar que estábamos habitando. Era “su” habitación, “su” cama, “su” cama de siempre…,sí, la de matrimonio. No sé por qué extraña razón, de repente me sentí incómodo, como un personaje que no tenía guión y además, no era el sitio, no tenía que estar allí. Por lo menos, no en esa habitación. Y además, ¿no le estaría pasando lo mismo a ella?
Con el pretexto de buscar más hielo para la bebida, hice unos ademanes que Natalia percibió enseguida…
– Sí, vamos un momento a la cocina. Mónica habrá dejado allí las botellas y el hielo.
Por un momento me dio la impresión de que Natalia estaba pasando algún apuro por no tener todo previsto y resultar un poco forzada mi permanencia en su casa más horas.
No sé, el cuarto de baño, la cocina…. Seguramente no estaba la casa como a ella le hubiera gustado…. Todos tenemos manías, pequeños secretos, intimidades y detalles que queremos que estén preparados para recibir una visita. Yo empezaba ya a estar convencido de que la noche había sido maravillosa y merecía un final romántico.
Se estaba haciendo demasiado tarde, quedaban pocas horas para empezar un nuevo día y necesitaba ir a casa para ponerme en condiciones de comenzar la jornada laboral.
Estábamos en la cocina sirviéndonos un poco de hielo. De pronto se abre la puerta y aparece Mónica en pijama y con cara de sueño interrumpido.
– ¿Qué hacéis, no os habéis dormido? Mamá, dame un poquito de tu vaso. Tengo sed.
– Claro, de la cena. ¿No te habías dormido aún?
– Sí, sí. Lo que pasa es que me he despertado y tenía sed. Bueno y también quería saber qué habíais decidido vosotros.
Entonces me adelanté a Natalia y queriendo interpretar también sus deseos, contesté Sigue leyendo