NATALIA (VII): Que tengo que amarte mucho…

Carlos.

Fue una noche para enmarcar. Yo me sentía lleno de amor, de paz interior, de alegría y ganas de agradar. Conversamos muy despacio, muy suave, muy al fondo del alma, es la verdad. Pero también era verdad la atracción física, el deseo de acercarnos y besarnos…

También éramos conscientes del lugar que estábamos habitando. Era “su” habitación, “su” cama, “su” cama de siempre…,sí, la de matrimonio. No sé por qué extraña razón, de repente me sentí incómodo, como un personaje que no tenía guión y además, no era el sitio, no tenía que estar allí. Por lo menos, no en esa habitación. Y además,  ¿no le estaría pasando lo mismo a ella?

Con el pretexto de buscar más hielo para la bebida, hice unos ademanes que Natalia percibió enseguida…

– Sí, vamos un momento a la cocina. Mónica habrá dejado allí las botellas y el hielo.

Por un momento me dio la impresión de que Natalia estaba pasando algún apuro por no tener todo previsto y resultar un poco forzada mi permanencia en su casa más horas.

No sé, el cuarto de baño, la cocina…. Seguramente no estaba la casa como a ella le hubiera gustado…. Todos tenemos manías, pequeños secretos, intimidades  y detalles que queremos que estén preparados para recibir una visita. Yo  empezaba ya a estar convencido de que la noche había sido maravillosa y merecía un final romántico.

Se estaba haciendo demasiado tarde, quedaban pocas horas para empezar un nuevo día y necesitaba ir a casa para ponerme en condiciones de comenzar la jornada laboral.

Estábamos en la cocina sirviéndonos un poco de hielo. De pronto se abre la puerta y aparece Mónica en pijama y con cara de sueño interrumpido.

– ¿Qué hacéis, no os habéis dormido? Mamá, dame un poquito de tu vaso. Tengo sed.

– Claro, de la cena. ¿No te habías dormido aún?

– Sí, sí. Lo que pasa es que me he despertado y tenía sed. Bueno y también quería saber qué habíais decidido vosotros.

Entonces me adelanté a Natalia y queriendo interpretar también sus deseos, contesté Sigue leyendo

Natalia VI: Que no se rompa la noche…

Carlos V

Nos acomodamos dentro del coche y nos dirigimos a casa de Natalia. Es verdad que ninguno teníamos  claro cómo íbamos a vivir las horas siguientes. Mónica lo tenía claro, al menos esa era la impresión que quería trasmitirnos. Pero ¿era lo que se imaginaba o era lo que deseaba?

Lógicamente, Natalia tenía que significarse, pero no se atrevía. O ¿esperaba que yo ofreciera una alternativa?

La cena había trascurrido con todo el cariño y toda la ilusión del mundo. La continuación de ese estado de ánimo hacía presagiar una velada plena de felicidad. Los tres queríamos que todo fuera inolvidable y estábamos dispuestos a conseguirlo. No nos decíamos nada, pero la mirada que nos dedicábamos nos daba seguridad y rebosaba complicidad.

Kim Novak

Llegamos por fin a nuestro destino y aparqué al lado de la entrada a la casa. Sin intercambiar palabras, salimos del coche y  Natalia se acercó a la puerta para abrir. Mónica se puso detrás de mí y con un leve empujoncito me ayudó a entrar en la casa. Sin oponer ninguna resistencia al gesto de Mónica, entramos los dos. Y fue Mónica la que rompió el silencio para alivio mío.

– Os quiero dar las gracias por la cena de esta noche. ¡Qué contenta estooooyyyyyy!  Os voy a  servir  una copa para brindar por estar juntos aquí, en casa. Veréis como os va a gustar. Vais a flipar. En un momento os la preparo. Podéis aprovechar para achucharos un poco, jopé, que sois unos “cortaos”.¡Venga ya, mamá! Si lo  estáis deseando. Enseguida vengo.

– Gracias, Mónica. Tienes razón. Yo me encargo de animar a tu madre.

Natalia y Carlos tenían un tema pendiente pero ninguno se atrevía a empezar. Carlos prefería quedarse, pero siempre que  Natalia estuviera de acuerdo. Comprendía que el hecho de pasar la noche en casa de Natalia suponía saltarse varios escalones de una vez. Por eso se quedaría  contento  compartiendo unos  momentos de intimidad en  compañía de Mónica. Pero Carlos necesitaba saber los deseos de Natalia y esperaba el desarrollo de acontecimientos.   

Se acercó a Natalia, retiró un mechón de su melena y acarició su cara, al mismo tiempo que le daba un beso de amor con la ternura y timidez de un quinceañero enamorado. Tomándole las manos y mirándola de frente, le dijo:

– Natalia, ¿te parece bien que me quede?

– Carlos, a mí me gustaría que te quedaras, pero… tú, ¿qué quieres hacer? Dime…

En ese momento aparece Mónica  llevando un carrito-camarera con las copas prometidas. Ella , a su vez se había puesto un  tocado, a modo de cofia y una servilleta en el antebrazo. Junto a su modo de andar, airoso, daba la imagen de una auténtica camarera y ¡ojo!, no exenta de gracia.

– ¿Qué os pasa?  Estáis muy serios, ¿no? Vamos, mamá, toma esta copa. Carlos, ten la tuya. Sigue leyendo

NATALIA (V): Me olvidé de vivir

Carlos V.

Los tres consideramos un acierto celebrar nuestro encuentro cenando en un restaurante guay.

Subimos  los tres en mi coche y nos dirigimos al restaurante. Las reflexiones en voz alta que hizo Mónica en la cafetería nos aclararon  muchas dudas y propiciaban un clima de entendimiento y complicidad necesarios para una cena inolvidable. Por eso se nos notaba alegres y seguros de estar compartiendo un poco de felicidad que hacía tiempo deseábamos los tres.

Entramos en el restaurante con el ánimo dispuesto para ser felices y hacer felices a los demás.

Nos acomodamos en una mesa de la terraza al aire libre junto a la balaustrada, a dos metros sobre el nivel del suelo. La noche nos estaba regalando un ambiente “de película”. A cien metros se veía la carretera de Madrid a Barcelona y bastantes coches que parecían tener prisa, pero no llegaba ningún ruido hasta nosotros. El cielo estaba plagado de estrellas allá arriba y aquí abajo, a nuestro alrededor, en la terraza del restaurante, se iban ocupando poco a poco las mesas, convenientemente decoradas.

Una vez sentados a la mesa, nos miramos con unos ojos que respiraban… satisfacción por estar allí juntos y muy ilusionados por los momentos que íbamos a compartir.

Por supuesto, Mónica fue la primera en abrir fuego. Lo hizo primero con una reflexión y después con una pregunta…

– Oye, está muy bien este restaurante. A mí me gusta mucho. Carlos, tú ¿de qué lo conocías?

– Vine a cenar una noche y…me fue bien.

– Pero ¿quieres decir que cenaste bien o que…te fue bien la noche? Ya me entiendes, ¿no?

– Por favor, Mónica, ¿vas a someter a Carlos a un interrogatorio?

– ¡Jo, mamá! Si lo que quiero es…conocer más a Carlos  y…

– Perdón. Natalia. Es lógico que Mónica haga preguntas. Es muy joven y la curiosidad va ligada a la juventud. Cuando se pierde la curiosidad, se van perdiendo las ganas de vivir.

En ese momento, Mónica se incorpora, levanta los brazos y me provoca para chocar las manos.

Después hace lo mismo con su madre. Yo creo que fue un aviso para que pensáramos que ella es muy joven y ese espíritu debía  presidir la cena. Por lo menos debíamos tenerlo en cuenta.

– ¡Toma! Muy bien, Carlos. ¿Ves, mamá? Es lógico que quiera saber de él.

– Bueno pues…una cosa. Propongo que cada uno hable de sí mismo, por lo menos cinco minutos.

– Eso, eso. Uno después del primer plato, otro después del segundo y otro después del postre.

– Vale. El orden de intervención se sortea, ¿te parece, hija?

– Pues yo prefiero que empiece el de más edad. Bueno, no. A sorteo, vale, ¿de acuerdo?

Carlos, sumisamente, tomó tres palillos y los fue cortando y los presentó para que escogieran.

En ese momento apareció el jefe de sala para atendernos y tomar nota. Natalia y yo pedimos unos entrantes de ibéricos y besugo a la espalda. Mónica quiso distinguirse con un gazpacho y una merluza en salsa con almejas. En cuanto se retiró el maitre, saqué los palillos. Madre e hija cogieron sus palillos y todos quedamos expectantes. Me Sigue leyendo

Quedan días de verano…

GENTE ENCANTADORA

Carlos V.

He pasado unas semanas fuera de mis costumbres y horario habituales. Las vacaciones estivales y los condicionantes familiares imponen un modo de vida distinto al de las otras estaciones. Yo llevaba ya un tiempo sin hacer mi recorrido habitual en el parque. Los circuitos que indican las distintas opciones de actividad física los había abandonado. Y me hacía ilusión encontrarme con las personas a las que estaba habituado a saludar aunque solo fuera con una palabra o un gesto cordial.

A veces, aunque sin saludo explícito, estoy seguro que pensamos en nuestro interior…¡ah, mira el de las zapatillas rojas, se ha cortado el pelo!, ¡anda, si también ha vuelto el de la coleta, tiene mucho mejor aspecto!, ¡mira, qué moreno ha vuelto el de la cinta!…

Yo sigo con mi suave carrera al mismo tiempo que voy observando a mi alrededor. El parque está limpio y los árboles y plantas no pueden tener mejor aspecto. También, a estas horas, la temperatura es ideal. Hasta se percibe el suave olor de las coníferas. El silencio permite oír el ruido de las pisadas y el agitado vuelo de los pajarillos entre los árboles.

Ahora veo por delante de mí a una señorita preciosa, aunque solo la veo de espaldas. Andando como lo hace ella, tiene que ser guapísima. Va de paseo con su pequeño foxterrier y pendiente del simpático perrito.

Al llegar a su lado decido dejar la carrera y empezar a caminar. No sé si hubiera terminado la carrera de no haber visto a la señorita de paseo, pero Sigue leyendo

Natalia (IV): Intentando enamorarte…

Carlos V.

Nos quedó muy buen sabor la noche del domingo. Dormí plácidamente o eso me pareció a mí. Sin embargo,  cuando sonó el despertador noté que había dormido poco tiempo. Y además, era lunes. No parecía un buen presagio. Enseguida me acordé de Natalia.

Me levanté de la cama con mucho sueño, es cierto, pero eufórico. Pensar que en otra casa, en otro lugar, podía haber una persona que se estuviera enamorando de mí como yo de ella, era una sensación tan ilusionante que me afeité y me metí en la ducha canturreando como hacía muchos años no me pasaba.

Tenía que estar en el despacho del pabellón a las nueve de la mañana porque tenía citados a los responsables de colegios, clubes deportivos y otras agrupaciones de la zona. Como mi cometido era la programación de actividades dentro del pabellón deportivo, con alguna frecuencia  teníamos  que convocar este tipo de reuniones. El próximo curso o la próxima temporada íbamos a introducir unas mejoras que necesitaban los acuerdos previos.

Cuando acabó la reunión a mediodía, me dieron ganas de llamar a Natalia por si había una posibilidad de comer juntos. Lo pensé mucho, pero al final me pareció más prudente esperar al final de la jornada. Yo creo que no había que atosigar ni empujar al tiempo. Todo tiene su ritmo, su cadencia, por lo menos eso es lo que a mí me parece. Mi amigo Luis siempre decía que las aguas estancadas no le decían nada y las aguas bravas le producían angustia, estrés.

Sin embargo, el discurrir de un arroyo, de un riachuelo, a su aire, con su cadencia y su leve sonido, te dan  sensación de paz y tranquilidad.

Terminada la actividad laboral diaria me puse a programar las horas que me quedaban hasta meterme en la cama. Entro en la  cafetería para tomar una caña mientras decido qué hacer en las horas siguientes. En ese justo momento  recibo una llamada en el móvil. Me pongo muy nervioso porque pienso que puede ser Natalia y… ¡es Natalia! Me Sigue leyendo

Natalia (III): Natalia, ¿quieres venir?

Carlos V.

No me he olvidado de Natalia. No podría hacerlo, aunque quisiera. Imposible, de veras. Y menos ahora que, como dice la canción,…”lo bello está al principio del amor…” Solamente pensar que vamos a estar juntos conversando, me llena de ilusión y alegría. Y contarlo a los demás, no me cuesta ningún trabajo, hasta diría que me gusta.

El último encuentro con Natalia fue muy corto en el tiempo y muy intenso en  afectos.

Quedamos en llamarnos cuando  tuviéramos necesidad de hacerlo y también quedamos para cenar el próximo sábado.

El mismo domingo nos separamos al mediodía. Después, cuando empezaba la noche, pensé que había pasado demasiado tiempo sin vernos y la llamé. Tenía enormes deseos de hablar con ella. Pienso que se habían derribado muchas barreras  entre nosotros y  en adelante me iba a proponer estar a su lado el mayor tiempo posible. Yo llevaba tiempo viviendo solo, ella había enviudado hace seis años, ¿por qué teníamos que tener tantos prejuicios y tantas reservas para propiciar un acercamiento? No quise pensar más y cogí el móvil.

– Sííí.

– Natalia?.

– Hola, Carlos, ¿qué tal estás?, ¿pasa algo?.

– No, no pasa nada. Es que….es que tenía ganas de hablar contigo…

– Si  habíamos quedado para el sábado, ¿no?.

– Sí, sí. Habíamos quedado para el sábado, es cierto, tienes razón. Lo que pasa es que hoy  es domingo, ¿sabes?, y hasta el sábado queda…, uff, una eternidad, ¿no te parece?.

– No seas exagerado, Carlos. Solo han pasado unas horas.

– Bueno, sí. Unas horas, pero suficientes para echarte en falta. Me he acordado de ti….

– Ah, yo también me he acordado de ti. Y les he hablado de ti a mis amigos…

–  Ah, ¿sí? Y ¿qué les has dicho?.

– Nada, hombre, nada de importancia. Además me han dicho que, entre ellos, ya habían tocado ese tema. Dicen que me habían notado algo, pero no se atrevían a decirme nada.

Yo les conté todo lo que hemos vivido hasta ahora. Y me gustó explicárselo. No sé, me sentí  muy a gusto haciéndoles participar de mis ilusiones y de mis emociones.

Había terminado la comida y en la sobremesa, sentados en el jardín, era el momento propicio  para contarnos nuestros problemas o inquietudes más puntuales.

Hemos pasado bien la tarde, distendidos, relajados, muy a gusto.

– Natalia, por favor, quiero hablar contigo. No puedo esperar hasta el sábado, no puedo, de verdad. ¿Quieres que nos veamos  mañana?.

–  No, no. Mañana no puedo. Es lunes y me espera mi hija a la salida del trabajo. Podemos quedar el martes, o…el miércoles…,¿no te parece bien?.

–  Si, sí. Claro que me parece bien. Pero es que, para mí, tiene mucho valor todo lo que tiene que ver contigo y con las personas que más te quieren. Y me gustaría pasar a tu lado esos momentos tan agradables. Al fin y al cabo, como dice mi cantante favorito,…la vida se hace siempre de momentos…momentos que no vuelven nunca más.

–  ¡Ay! Carlos. Me gusta mucho eso que has dicho. Y además, es verdad, la vida se hace de momentos y los que no has vivido son…”momentos que no vuelven nunca más”.

– Bueno, no quiero agobiarte. Mañana o pasado hablaremos. Lo estoy deseando. Por otro lado, después de tu comida, sobremesa y tertulia, tendrás ganas de descansar. “buenas noches, cariño”.

–  “Buenas noches”, Carlos y gracias por llamarme. Que descanses.

Me quedé un poco inquieto en casa. Miré alrededor y el parpadeo del fijo me impulsó a cogerlo y ver qué llamadas había. Como no había nada urgente ni importante, me fui a mi habitación, me quité la americana, la dejé caer encima de un sillón, me tumbé en la cama, boca arriba, las manos entrelazadas  en la nuca y encima de la almohada y….a pensar…

Me hacía falta un poco de descanso, recapacitar y “visualizar” un poco las actuaciones que debía acometer después. Tenía que poner orden en mis ideas y “programarme”.

Después de pensar unos minutos se me ocurrió que todavía era pronto. Miré el reloj y aún no eran las diez de la noche. Si me doy prisa y se me da bien el tráfico, puedo llegar a su casa y Sigue leyendo