Natalia (III): Natalia, ¿quieres venir?

Carlos V.

No me he olvidado de Natalia. No podría hacerlo, aunque quisiera. Imposible, de veras. Y menos ahora que, como dice la canción,…”lo bello está al principio del amor…” Solamente pensar que vamos a estar juntos conversando, me llena de ilusión y alegría. Y contarlo a los demás, no me cuesta ningún trabajo, hasta diría que me gusta.

El último encuentro con Natalia fue muy corto en el tiempo y muy intenso en  afectos.

Quedamos en llamarnos cuando  tuviéramos necesidad de hacerlo y también quedamos para cenar el próximo sábado.

El mismo domingo nos separamos al mediodía. Después, cuando empezaba la noche, pensé que había pasado demasiado tiempo sin vernos y la llamé. Tenía enormes deseos de hablar con ella. Pienso que se habían derribado muchas barreras  entre nosotros y  en adelante me iba a proponer estar a su lado el mayor tiempo posible. Yo llevaba tiempo viviendo solo, ella había enviudado hace seis años, ¿por qué teníamos que tener tantos prejuicios y tantas reservas para propiciar un acercamiento? No quise pensar más y cogí el móvil.

– Sííí.

– Natalia?.

– Hola, Carlos, ¿qué tal estás?, ¿pasa algo?.

– No, no pasa nada. Es que….es que tenía ganas de hablar contigo…

– Si  habíamos quedado para el sábado, ¿no?.

– Sí, sí. Habíamos quedado para el sábado, es cierto, tienes razón. Lo que pasa es que hoy  es domingo, ¿sabes?, y hasta el sábado queda…, uff, una eternidad, ¿no te parece?.

– No seas exagerado, Carlos. Solo han pasado unas horas.

– Bueno, sí. Unas horas, pero suficientes para echarte en falta. Me he acordado de ti….

– Ah, yo también me he acordado de ti. Y les he hablado de ti a mis amigos…

–  Ah, ¿sí? Y ¿qué les has dicho?.

– Nada, hombre, nada de importancia. Además me han dicho que, entre ellos, ya habían tocado ese tema. Dicen que me habían notado algo, pero no se atrevían a decirme nada.

Yo les conté todo lo que hemos vivido hasta ahora. Y me gustó explicárselo. No sé, me sentí  muy a gusto haciéndoles participar de mis ilusiones y de mis emociones.

Había terminado la comida y en la sobremesa, sentados en el jardín, era el momento propicio  para contarnos nuestros problemas o inquietudes más puntuales.

Hemos pasado bien la tarde, distendidos, relajados, muy a gusto.

– Natalia, por favor, quiero hablar contigo. No puedo esperar hasta el sábado, no puedo, de verdad. ¿Quieres que nos veamos  mañana?.

–  No, no. Mañana no puedo. Es lunes y me espera mi hija a la salida del trabajo. Podemos quedar el martes, o…el miércoles…,¿no te parece bien?.

–  Si, sí. Claro que me parece bien. Pero es que, para mí, tiene mucho valor todo lo que tiene que ver contigo y con las personas que más te quieren. Y me gustaría pasar a tu lado esos momentos tan agradables. Al fin y al cabo, como dice mi cantante favorito,…la vida se hace siempre de momentos…momentos que no vuelven nunca más.

–  ¡Ay! Carlos. Me gusta mucho eso que has dicho. Y además, es verdad, la vida se hace de momentos y los que no has vivido son…”momentos que no vuelven nunca más”.

– Bueno, no quiero agobiarte. Mañana o pasado hablaremos. Lo estoy deseando. Por otro lado, después de tu comida, sobremesa y tertulia, tendrás ganas de descansar. “buenas noches, cariño”.

–  “Buenas noches”, Carlos y gracias por llamarme. Que descanses.

Me quedé un poco inquieto en casa. Miré alrededor y el parpadeo del fijo me impulsó a cogerlo y ver qué llamadas había. Como no había nada urgente ni importante, me fui a mi habitación, me quité la americana, la dejé caer encima de un sillón, me tumbé en la cama, boca arriba, las manos entrelazadas  en la nuca y encima de la almohada y….a pensar…

Me hacía falta un poco de descanso, recapacitar y “visualizar” un poco las actuaciones que debía acometer después. Tenía que poner orden en mis ideas y “programarme”.

Después de pensar unos minutos se me ocurrió que todavía era pronto. Miré el reloj y aún no eran las diez de la noche. Si me doy prisa y se me da bien el tráfico, puedo llegar a su casa y podemos salir a tomar una copa. Vale la pena intentarlo.

Me levanto de la cama con un golpe de abdominales, me quito la ropa rápidamente, me meto en la ducha y mientras, voy  pensando en los minutos siguientes. Me visto en unos instantes, me llevo el móvil y doy al ascensor para bajar al garaje. Me meto en el coche y  pongo dirección a casa de Natalia.

Durante el trayecto me planteo qué debo hacer, si avisar que voy hacia su casa o presentarme llamando al timbre, dando una sorpresa. La duda me atormenta, pero la tengo. Cuando estoy llegando, decido aparcar cerca de su casa y hacer una llamada con el móvil.

–  Siií

–  ¿Natalia?

–  ¡Carlos! ¿Qué ha pasado?

–  Nada, nada, tranquila. Es que estoy pensando que es muy pronto para acostarse y que me apetece seguir conversando contigo. Incluso podemos salir a tomar una copa. La noche es joven. O podemos ver alguna atracción. ¿Te gustaría? ¿Te da pereza prepararte?.

–  No, no. Si no lo digo por mí. Yo estoy preparada. Pero…, ¿a ti no te da pereza arreglarte y ponerte en camino a estas horas?. Bueno, vale, de acuerdo, pero… ¡VEN PRONTO!

–   Muy pronto, cariño. Estoy muy cerca de ti. En realidad, solo tienes que abrir la puerta de la calle para estar juntos. Pruébalo.

Unas expresiones de júbilo de Natalia a través del teléfono llenaron de gozo el semblante de  Carlos. Instantes después, la puerta de la calle se abrió y apareció Natalia. Los dos se fundieron de manera espontánea en un intenso abrazo. Hasta parecía que unos violinistas  servían de marco a ese hermoso cuadro, lanzando al aire la melodía “cheek to cheek”.

–  Me has engañado, ¿verdad? ¿Desde cuándo estabas aquí?

Dijo Natalia mientras se desprendía poco a poco de los brazos de Carlos.

– No, no te he engañado. Lo pensé nada más colgar el teléfono y…eso sí, había que ganar tiempo, ¿no? ¿Te parece bien tomar una copa mientras charlamos y escuchamos a un cantante de boleros que me han dicho que es maravilloso? ¿QUIERES VENIR?.

– Pues claro. ¿A ti también te gustan los boleros?

– Me encantan, de verdad que me encantan. Pero te voy a contar un secreto muy íntimo. Estando a tu lado estoy a gusto aunque estemos oyendo cantar a cualquier tuna.

– ¿Estoy así bien o prefieres…?

– ¿Qué dices? Así estás preciosa. No se puede estar más guapa.

Salimos de su casa cogidos de la mano y nos metimos en el coche cumpliendo a rajatabla las más escrupulosas pautas de educación, cortesía y buen gusto.

Llegamos al local, una entrada a las salas de fiestas de los años sesenta y nos acomodamos en una mesa cerca de la pista de baile. Enseguida nos trajeron las bebidas y comenzamos a charlar  sobre todo lo que teníamos pendiente.

Con el permiso de Natalia, me levanté un momento para hablar con el encargado del local. Quería dar un recado al responsable de la música. Más adelante explicaré el contenido del mensaje.       

Yo nunca había experimentado tantas ansias de conversar. Me contó las relaciones con su hija. Sus seis años sin la presencia del padre y marido, compartiendo soledades.

Su nuevo trabajo, sus amistades, sus momentos depresivos y la falta de compañía en cines, teatros, viajes, vacaciones…, para qué te voy a contar. Todo  muy interesante pero con un halo de tristeza que me propuse borrar. Sobre todo, cuando Natalia aceptó que no podíamos estar cinco minutos sin reírnos. Acordamos que ella controlaría el tiempo y yo me las tenía que arreglar  para provocar las risas, las sonrisas o lo que fuera.

Aplaudimos la llegada del grupo musical que ocuparon su escenario perfectamente ataviados con las camisas caribeñas y sus aires afroamericanos. Una entrada en escena preciosa, divina. Bueno, a mí me lo pareció. Es posible que si no estuviera con Natalia, mi apreciación no hubiera sido la misma.

Quiero ser objetivo y debo confesar que eran excelentes en todos los aspectos, pero, sobre todo, destacaban por su profesionalidad. ¡Qué ganas de agradar! ¡Qué aplausos más merecidos!.

Interpretaron los boleros que siempre hemos oído y nos han entusiasmado tanto a varias generaciones.

Antes de interpretar el siguiente tema, anunciaron  que iban a cerrar su actuación de la primera parte dedicando a Natalia uno de los boleros más universales de su  repertorio, “Nosotros”.

Todos aplaudieron aunque solo yo sabía lo que había pactado con la orquesta. Natalia aplaudía sin tener muy claro si debía hacerlo o debía hacerme alguna pregunta. Pues bien, como suele ocurrir en estos casos, hizo las dos cosas al tiempo.

En ese momento la situación no era muy tensa. Los que estaban sentados en las mesas aplaudían porque lo estaban pasando bien y nadie, excepto nosotros, sabía quién era Natalia. Pero, una vez iniciada la canción, el cantante, con el micro en la mano, se fue acercando a nuestra mesa hasta colocarse a nuestro lado. Alargó los brazos y dio la mano que tenía libre a Natalia y a mí, con  cuidado,  la que portaba el micro. Con un delicado gesto nos deseó toda la felicidad del mundo, mientras nosotros nos incorporamos a la pista para bailar.

Es curioso, mientras el cantante seguía cantando, las parejas de la pista, cuando pasábamos cerca de ellos, nos deseaban felicidad con algún gesto o palabra amable.

Yo había pactado con la orquesta algún detalle con Natalia mientras cantaban el bolero. Me aseguró que me iba a gustar el detalle que tendrían con ella. Que no me preocupara. Y así fue.

Natalia quedó encantada, se la veía feliz. Lo estaba pasando muy bien, aunque un poco aturdida por haber polarizado la atención de toda la sala.

Continuamos hablando de su hija, de su carrera, sus amigos, su modo de vida y la conveniencia o no de conocernos. Lo mismo que los amigos que forman su círculo más íntimo.

Se estaba haciendo tarde. Teníamos que levantarnos pronto al día siguiente, lunes. Natalia pensaba que lo más prudente era marcharnos, como ya lo estaban haciendo otros. Sin embargo, yo hubiera querido seguir bailando boleros, poder tenerla abrazada mucho tiempo, me encontraba muy a gusto.

Nos levantamos y nos despedimos del personal dando las gracias por las atenciones recibidas.

Ya dentro del coche, nos sentimos muy satisfechos de las horas que habíamos disfrutado juntos.

Había llegado el momento de despedirse. Yo hubiera deseado seguir juntos, no sé, había razones para ello. Y también teníamos posibilidades. Pero me pareció mejor dejar la iniciativa a Natalia.

– ¿Estás cansada, Natalia?

– Sí. Estoy cansada y feliz. Quiero descansar y digerir lo feliz que he sido esta noche. Gracias a tí, Carlos. Te debo la felicidad de esta noche

– Gracias a ti, Natalia. Me gustaría seguir a tu lado, pero me parece muy bien que quieras descansar.

Pero, ojo, ya que estamos de boleros, ya sabes, me voy. Pero…”si tú me dices ven…

Nos despedimos con un prolongado y cariñoso beso de amor.

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